[...] —¡Que vengan, que vengan! ¡No pienso dejar ni uno! —sin soltar el revólver, metió la otra mano en su corset, sacó con un ademán exagerado una Spyderco Police escondida bajo su pecho izquierdo, y de un tajo le abrió la garganta a la viejita.
Era increíble: la que hacía cinco minutos sacaba pecho al lado del altar y les sonreía a sus amigos acomodándole el jopo a su “cachorro”, ahora, se limpiaba la sangre de doña Petronila en su falda negra y miraba con ojos embotados a los invitados. [...]
Era increíble: la que hacía cinco minutos sacaba pecho al lado del altar y les sonreía a sus amigos acomodándole el jopo a su “cachorro”, ahora, se limpiaba la sangre de doña Petronila en su falda negra y miraba con ojos embotados a los invitados. [...]
Fragmento
Texto completo en Breves no tan breves
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