Una misión (cuento), de Marcelo di Marco

 
[...] —Es que se fue bien temprano —nos explicó papá, sonriente, levantando la voz para hacerse oír por sobre el ruido de la lluvia, que caía a chorros contra la protección metálica del extractor de la cocina—. Encima salió apurada, y es por eso que ustedes ni siquiera la vieron, ¿entienden?
En aquel tiempo nos tragábamos cualquier cosa, éramos muy chicos. Además, como ya dije, estaba contentísimo: por fin se me cumplía el sueño de quedarnos en casa con Elenita y papá, que era un genio.
Cuando terminamos la leche, Elena —mi madre la había adiestrado como a un perrito— empezó a levantar la mesa. Yo quise darle una mano, pero papá nos detuvo con un gesto. Y dijo:
—Dejen, chicos, dejen. Hoy nadie barre ni plancha ni nada.
—Yo no pensaba ni barrer ni planchar —dijo Elena—. Aparte, todavía no sé.
—¿Qué cosa no sabés, mi dulzura?
—Eso: ni barrer ni planchar. Solamente sé lavar platos yo.
Papá se rió.
—Ya lo sé, mi amorcito —dijo—. Quise decir que hoy en esta casa nadie trabaja. [...]

Fragmento

Texto completo en Revista Axolotl 

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