Compañía para el viaje (cuento), de Daniel Aloisio



[...] Eso me digo mientras observo a la mujer acomodar pacientemente mis ropas. Un pantalón, una camisa que jamás volveré a usar. Dos zapatos gastados, un dnturón raído, lleno de agüeros cada vez más ceñidos. Va y viene, meneando un trasero gordo que alguna vez debió haber sido firme. Cierro los ojos y trato de imaginarla en su juventud. Me pregunto ociosamente si podría haberme enamorado de ella, o si sólo hubiéramos cruzado una mirada en la calle sin que nuestros destinos se hubieran unido jamás. [...]

Fragmento


Texto completo en Espacio latino.

Una mancha más negra que el cielo - Federico Buccino (cuento)

[...] Habridge no veía nada. Creyó distinguir vagamente la silueta del avión de Stone. Algún destello ocasional, pero más parecido al fogonazo de un disparo que a un incendio. No era probable. Nadie dispara dentro de su propio bombardero.
Cuando las luces de posición de la otra nave se encendieron, Habridge quedó sin aliento.
[...]

Fragmento


Texto completo en ALMIAR.

"Una mancha más negra que el cielo" integra la primera antología de
Cuentos de La Abadía de Carfax.

Ante los portales de la Abadía

Prólogo de Nomi Pendzik para la primera antología

“…Hoy el hombre se olvida de los grandes interrogantes porque disponemos de veinte tipos de yogur para no tener que hablar ni de Dios ni de la muerte. Si no se habla de eso, si no hay angustia ante lo desconocido, no hay filosofía ni gran creación artística posible.”
Andrei Markine, 1997



Puedo afirmar que aprendí a leer y a vivir gracias a la literatura fantástica.
Un día —tendría por aquel entonces seis años y recién empezaba la escuela— alguien tocó el timbre de mi casa, y yo no sabía en ese momento que ese alguien me cambiaría la vida. Se trataba, simplemente, de un vendedor. Con el tiempo fui olvidando su cara, y ni siquiera recuerdo si iba de traje o no. Poco importa. Lo único que sé es que no era un vendedor cualquiera, ni tampoco vendía cualquier cosa. Vendía libros. Libros a crédito.
Mi madre, después de regatear con el hombre, decidió hacer por mí algo que me marcaría para siempre: le compró la colección completa de los libros de un tal Monteiro Lobato.
Las páginas de este señor —José Bento Monteiro Lobato, según supe más tarde, o maior escritor infantil brasileiro de todos os tempos— estaban llenas de mitos de las selvas brasileñas y de ideas increíbles, insólitas. ¡Ah, la muñeca Emilia manipulando sin querer la Llave del Tamaño! ¡Los seres humanos volviéndose ínfimos por culpa de ella, escapando para no ser devorados por sus propias mascotas!
Yo me sumergía en esos libros con el deleite de quien se hunde en una bañera tibia y extrañamente perfumada. Jamás había leído cosas semejantes. Y, a medida que iba leyendo, experimentaba la sensación casi física de que se me ensanchaba el mundo. Sí, eso es lo que sentí, si bien no podía expresarlo con las palabras que encuentro ahora: el mundo se me ensanchaba y se me ahondaba. Se resquebrajaban los límites de la realidad. Vislumbraba algo más allá, más adentro. Algo que me aterrorizaba y fascinaba.
Y, con esa literatura, vino también la conciencia de lo siniestro y de lo heroico, de la fragilidad, de la finitud de la vida, de lo que acecha detrás de lo banal y de lo visible. Vino la conciencia de un más allá, vino la intuición de la Gracia. Algunas historias me daban miedo, un miedo inexpresable. Sin embargo, al poco tiempo descubrí que el libro que me asustaba, a la vez me protegía del peligro. No me dormía tranquila si no me había acomodado bien entre las sábanas, acorazada por las tapas duras de la colección Robin Hood: si alguien —o algo, mejor dicho— viniese a visitarme de noche para robarme el aliento, yo podría repelerlo con mi armadura improvisada. Y eso es lo que los libros de aventuras y fantasía y terror y misterio hicieron por mí a lo largo de los años. En cada página me proporcionaron pasaportes a mundos más aromáticos, boletos para mil viajes —de ida y vuelta, gracias a Dios— a bordo del tren fantasma.
Por eso mi entusiasmo cuando Marcelo di Marco me invitó a formar parte del proyecto de La Abadía de Carfax: no sólo significaba acompañar a mi esposo en una nueva propuesta creadora. Trabajar en el libro que ustedes tienen en sus manos era meterme más de lleno en la apasionante trastienda de la literatura de lo sobrenatural.
Fui conociendo en persona a cada uno de los escritores que figuran en este libro. Sus intensos cuentos —hechos de la rara belleza de las pesadillas, todos bien diferentes entre sí— hablarán por mí enseguida. Pero no puedo dejar de mencionar el profesionalismo y la dedicación que han puesto todos ellos. Seleccionar estas historias ha sido un verdadero placer.
Porque de eso se trata, del placer.
Los fenómenos que describe la literatura fantástica, al brotar de entre los resquicios de la sólida realidad, nos recuerdan que hay algo más allá de nuestras narices. Algo al acecho, como decíamos, listo para saltar sobre nosotros en cuanto le demos una oportunidad. ¿Cómo renunciar al placer de tener control, al menos por unas cuantas horas de entretenida lectura, sobre semejantes fenómenos? Es muy liberador ver cómo los fantasmas más recónditos salen a la luz. Las parábolas del fantástico nos hablan de lo que siempre cuesta hablar. Nos sirven en bandeja las preguntas más trascendentes del ser humano. Mostrándonos nuestros corazones al desnudo, nos obligan a interrogarnos sobre los temas esenciales, los que en verdad importan: Dios y el diablo, redención y condena, identidad y deterioro, vida y muerte. Para decirlo de un modo políticamente incorrecto, nos recuerdan la existencia de la batalla de las luces contra lo tenebroso.
De manera, queridos lectores, que los invito a que me acompañen en estos pasadizos oscuros. ¿Disponen del coraje necesario?
Atención: no sabemos a qué salida nos conducirán tales laberintos. Pero sus puertas de entrada están a vuelta de página.
Atrévanse.


Nomi Pendzik
Buenos Aires, otoño de 2005.

Un nuevo movimiento literario

“Al margen de la temática infinita que ofrece el fantástico, lo que proponemos es una literatura con elementos sólidos, con argumentos que lleguen al lector.”

Marcelo di Marco —sobre el círculo de escritores de horror y fantasía La Abadía de Carfax—.




¿Cómo nació el nombre La Abadía de Carfax?

Se nos ocurrió que podría llegar a ser un nombre excelente porque articula muy bien con lo que somos. Y el lema que lo acompaña surgió después de largas cavilaciones, y es: Círculo de escritores de horror y fantasía.


¿Qué significa Carfax?

La Abadía de Carfax alude también como chiste a lo que son las “capillas literarias”, los grupos de pares que se unen para hacer una especie de movimiento entre temáticas afines. La abadía de Carfax era el escondrijo de Drácula. Drácula tenía su vecindad con el manicomio donde lo encerraban a su sirviente Renfield. Aparte, se trata de un título muy sonoro, ¿no? Tiene una riqueza implícita, al margen de la alusión a papá Stoker.


¿Cómo nació la idea de crear La Abadía de Carfax?

Hace poco, un tallerista me dijo que había un momento en la vida de un grupo, y más como está constituido el Taller de Corte & Corrección, en que naturalmente tenía que devenir en un movimiento literario. A mí la idea me sedujo, seguramente por mi medieval tendencia a la hermandad. El grupo intermedio, la comunidad de hermanos, por más pequeños que sean… qué formidables refugios en estos tiempos de abstracto individualismo. Gente que, a despecho de los mercaderes y del liberalismo triunfante, se oponen al control, cada uno con su distinto talento y su distinta inclinación temática, pero sí ligados por una estética común y por comunes objetivos. Cuando vos tenés un grupo constituido alrededor de una persona y en el que todos tiran para el mismo lugar, es muy difícil que el enemigo pueda llegar a doblegar a esas personas. El gran fracaso del liberalismo es, justamente, haber llevado la individualidad de cada uno a un grado absoluto en que cada cual es dueño de sí mismo y cada cual se arruina la vida como quiere. Eso sí, libremente, entendida la libertad como un hacer lo que se me canta y no lo que realmente debo hacer, que eso es la libertad.


¿Entonces, cuál es la propuesta de este movimiento?

La propuesta de Carfax está en su mismo nombre: La Abadía de Carfax, círculo de escritores de horror y fantasía. Pero hay algo más, y podremos verlo bien si partimos de la siguiente base: todos los integrantes de Carfax son gente formada en nuestro Taller de Corte & Corrección. Pues bien, como coordinador de dicho taller no propongo una estética determinada, pero sí un modo de ver y entender la literatura. Y también de entender la lectura, y también de entender la vida literaria. Abominamos, por ejemplo, de lo que se ha dado en llamar la literatura light, hecha de novelas intrascendentes, sin trama, sin estilo… y sin lectores, por supuesto. Obras pedestres, parasitarias de la realidad, que sólo intentan acercarse temáticamente a todo lo que tiene que ver con el aquí y el ahora. La literatura como reflejo de la realidad es una de las tantas maneras de sovietizar la cultura: el arte al servicio del partido o de la ideología imperante, para modificar conciencias como Gramsci y el Diablo mandan.


Un ejemplo.

En Crítica y ficción, Ricardo Piglia habla acerca de Roberto Arlt y sus adláteres. Resulta que los escritores que rodeaban a Arlt se la pasaban tratando de escribir como Arlt, hablando de temas absolutamente coyunturales. Cuando la coyuntura terminó, estos arltitos ya no tenían nada que parasitar… porque ya había pasado aquella coyuntura. Y bueno, también pasó la literatura que intentaba ser un reflejo de esa realidad. Pero el que no pasó fue Arlt. Más que las cosas, a Arlt lo que le interesaba era la trascendencia de las cosas. Volviendo a Carfax, nosotros empezamos a ver que dentro del Taller de Corte & Corrección había un buen número de autores de entre los que estamos nucleando desde hace tantos años, que son afectos a una literatura que podría definirse como de Horror y Fantasía. Entonces, justamente ese es el eje a partir del cual se me empezó a ocurrir convocar, hace apenas dos meses, a la creación de un grupo de las mencionadas características. Al margen de la temática infinita que ofrece el fantástico, lo que proponemos es una literatura con elementos sólidos, con argumentos que lleguen al lector. Con trama, con intrigas que pueden seducir a alguien a quien le guste, todavía, seguir leyendo historias, seguir leyendo cuentos y no meras descripciones de estados de ánimo o aburridas e intrascendentes sesiones de diván.


¿Y cómo sería, entonces, una verdadera obra literaria en oposición a la obra light?

Escribir es ir a la profundidad del ser, abrirse, abrir las criptas y contar novelas como Madame Bovary, El proceso, Ulises, Un mundo feliz, El cazador oculto, El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr Hyde, Drácula… La literatura es la intensidad del lenguaje llevada a su máxima expresión. Eso es lo que la distingue del lenguaje utilitario. Es sumamente difícil que una temática ramplona, común y cotidiana pueda llegar a estimular la percepción artística de un creador, para que con ese material haga una obra de arte. Podrá servir para indagar en la profundidad de la condición humana. Aunque, si vamos al caso, el ensayo es una herramienta mucho más útil y práctica para sondear la mente y el corazón del hombre. En la novela light el lector medio, apenas, se refleja. Pero de ahí a que disfrute con el lenguaje y se modifique y se mejore hay una gran diferencia. En la gran novela los planteamientos existenciales están; pero, desde luego, se hallan implícitos dentro de un discurso narrativo al que te subís y sólo podés bajarte cuando el maquinista quiere. Novelas-trenes a las que uno se sube sin saber cuál va a ser la próxima estación. Vamos a poner un ejemplo actual, para no parecer un dinosaurio: Anatomía humana, de Carlos Chernov. ¿Quién puede negar que la condición humana —e inhumana— está expresada como muy pocas veces se ha visto en la literatura nacional? Esa novela contiene, como toda obra de arte, planteos ontológicos, salidas, callejones, laberintos, pero entrevistos en una historia realmente apasionante, en la que yo leo un homenaje a las grandes novelas del género que nos nuclea. En la vereda de enfrente, vos sabés de antemano que en una novela-diván vas a encontrar, sin lugar a dudas, “mensajes” que, hoy por hoy, son dictados por los mandamases de aquello que se ha dado en llamar lo políticamente correcto. ¿Por qué será que durante muchos años la crítica ha despreciado las obras de la literatura fantástica? Si ustedes ven, por ejemplo, las grandes enciclopedias de literatura no hacen referencia a Bram Stoker y su Drácula. Eso es inconcebible. Cualquier persona que ha leído esta maravilla de novela puede darse cuenta perfectamente de su grandeza literaria. Oscar Wilde decía que era la novela más hermosa que había leído, y no era ningún palurdo.


¿Por qué pasan estas cosas, por qué es desestimada la literatura fantástica?

Por una cuestión de jerarquización de temas. Es mucho “más serio” escribir una novela que hable sobre la alienación en las grandes ciudades que escribir sobre un vampiro, o un hombre lobo, o un muerto resucitado. Son temas para los chicos, cosas que se pueden vender en colecciones de infantil-juvenil. Desde luego, sin tener la menor idea del público al que se lo estás llevando. ¿Cómo le vas a dar Drácula a un chico de once años? Es imposible. Sólo podés penetrar en las cosas que, como catáfilas de una cebolla, te va haciendo tentar Bram Stoker, cuando ya tenés cierta madurez lectora. Para gran parte de la crítica, la literatura fantástica es una especie de pariente pobre de la literatura. Digamos que no le dan cabida, no hay una posibilidad de trascender en el mundo de la literatura si uno escribe textos así. Fíjense por ejemplo cuándo recibió el Oscar Spielberg: cuando saca La lista de Schindler, una película seria. Ojo, convengamos que es una excelente película, pero es mucho mejor Tiburón, si vamos al caso. Y mucho mejor es la primera película que hizo: Reto a muerte. Pero no. Reto a muerte habla de un conductor que está en la carretera y de repente es cazado por otro conductor que, en vez de tener un auto como él, tiene un bruto camión… y el espectador se da cuenta de que el tipo ya viene de varias cacerías. No se le ve nunca el rostro. Y claro… ¿ese tema a quién le importa? ¿A quién le importa mostrar a una persona en la ruta —la ruta de la vida— simbolizando la fragilidad de la existencia humana? Es mucho más sencillo poner al Empleadito martirizado por el Jefe. Como bien dice Carlos Gardini en su cuento “La ciudad de los ojos”, la clase media todavía adora esas pavadas.


Pero la literatura fantástica muestra la condición humana...

Claro que sí. Yo me acuerdo que con Luis Chitarroni éramos “kingófilos” de la primera obra. Sostenía yo, y Luis me daba la razón, que si Stephen King en lugar de salir en Grijalbo o en Schapire hubiese salido en Minotauro, los intelectuales estarían lamiéndole las botas. ¿Se dan cuenta? Lo pondrían en un rango similar al de los Asimov y al de los Bradbury. ¿Por qué Bradbury sí y Stephen King no? Solamente por ignorancia se puede decir que la literatura fantástica es una literatura menor. Solamente por ignorancia o mala intención se puede decir que los temas que trate la literatura hacen que esta sea mayor o menor. Pero bueno, ahí viene aquella reflexión muy poco diplomática de Pérez Reverte cuando afirma que hoy la literatura está en manos de gilipollas. Y a quien le quepa el sayo que se lo ponga.


Entonces, si esto no es una literatura para niños, la literatura fantástica ¿para quién es?

Y... para gente muy adulta, gente con mucho coraje para meterse en terrenos donde quizás otros géneros no pueden llegar tan directamente como el fantástico. Hay cosas que uno le puede contar al psicólogo, al mejor amigo, a su novia, a su madre, alguien con quien uno tenga suma confianza... pero hay cosas que uno solamente se las puede contar al sacerdote. No hay vuelta que darle. El confesionario es el lugar donde el diván no llega, concretamente, donde vos te estás abriendo en tu absoluta miseria humana con todas las letras. Pues bien, a semejanza de esta realidad, el autor de una novela fantástica, por medio de sus figuraciones y fantasmagorías, se ha puesto dos tanques de oxígeno de este tamaño y llegó a lo más profundo, llegó a la zona donde uno no puede llegar más. Y el que lo dude, que lea, por ejemplo, el Franz Kafka de El proceso. Los mundos que uno puede visitar creando y leyendo literatura fantástica no son los mundos a los que puede acceder la materia.


¿La literatura fantástica, entonces, es sólo para valientes?

Si el hecho literario fuera una embarcación, la literatura de hoy sería una especie de chalupa, una balsita en la que intentamos mantenernos a flote a toda costa; en cambio, la buena literatura fantástica de hoy y de siempre sería un submarino nuclear, porque te permite justamente llegar a esa profundidad. Una cosa es verse reflejado en el Empleadito; otra, muy distinta, es verse reflejado en Mr. Hyde. Andá a sentirte representado en un Victor Frankenstein, a ver si te atrevés. Ahí sí que hay que tener coraje para leer... ¡y ni que hablar del que hay que tener para escribir! ¿Ven? Con sólo recordarte que existe el Bien y que existe el Mal, la literatura fantástica es políticamente incorrecta por definición. Es una especie de trampolín para acceder a mundos muy olvidados hoy día: el mundo de lo sobrenatural, el más allá, la vida eterna. Después de nuestra vida natural temporal, tendremos nuestra remuneración: condena o salvación eternas. El mal no es atribuible solamente a lo que uno pueda llegar a ver en un gabinete psicopedagógico: los chicos se pegan y las parejas se separan porque hay un ente diabólico trabajando en ellos. ¿Cómo no combatir entonces una literatura que constantemente —directa o indirectamente— te está recordando eso, cosa que a la gente le produce urticaria? Hay que reventarla entonces. Ojo: no con balas de plomo, sino con balas de silencio y balas de calumnia. Pero bueno, con la Iglesia Católica se pretende hacer lo mismo todos los días, y desde hace dos mil años la Barca de Pedro sigue navegando.

Tomado de Revista Axolotl