[...] A mitad de camino, el muelle se cortaba con una escalera. Desde ahí bajaron a una playa de césped bien parejo, que a orillas del río se transformaba en arena ocre. Al costado, más cerca de la casa, sobre el pasto, las mujeres armaban mesas, colocaban la vajilla. Unos peones se dedicaban a recortar a tijera los bordes del sendero lateral. Romelia se sintió ajena, pero armándose de valor decidió dar una mano.
El cobertizo que servía de depósito descansaba justo donde comenzaba la selva. Sin esperar a que le dijeran nada, Romelia fue a buscar las sillas.
Un viento helado se ensañó en su pelo y le erizó la piel. Del otro lado del quincho le llegaba aquello casi imperceptible: el rumor tan característico y a la vez extraño.
Una víbora.
Una víbora reptando por la hojarasca. Una víbora descomunal.
Romelia volvió con dos sillas a cuestas y una mueca de desconcierto que trató de disimular. [...]
Texto completo en AxxónEl cobertizo que servía de depósito descansaba justo donde comenzaba la selva. Sin esperar a que le dijeran nada, Romelia fue a buscar las sillas.
Un viento helado se ensañó en su pelo y le erizó la piel. Del otro lado del quincho le llegaba aquello casi imperceptible: el rumor tan característico y a la vez extraño.
Una víbora.
Una víbora reptando por la hojarasca. Una víbora descomunal.
Romelia volvió con dos sillas a cuestas y una mueca de desconcierto que trató de disimular. [...]
Fragmento
"Parábola de la yarará" integra la segunda antología de Cuentos de La Abadía de Carfax.
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