Bajo tierra (cuento), de María Taltavull


[...] De a poco fuimos despejando la enramada. El castaño del fondo dejaba en tinieblas más de medio jardín, la enamorada del muro se había arqueado hasta formar un túnel. Un filodendro gigante se arrastraba con brazos que parecían tentáculos. Si bien Alberto podaba todas las tardes, las plantas crecían —o parecían crecer— más rápido de lo que él era capaz de cortar.
Después de varias semanas, cuando aquello estuvo apenas más prolijo, decidimos mudar algunas plantas. Sacamos las hortensias del fondo para trasladarlas a un cantero cerca de la galería.
Y Alberto cavó el pozo. No muy profundo, pero sí bastante ancho.
Un sábado, mientras yo trajinaba en la cocina, oí que Alberto hablaba a los gritos. Me acerqué. Y lo vi dentro del pozo, mirando hacia abajo. Cuando le grité para preguntarle qué pasaba, no me contestó. Siguió muy concentrado vociferando. Volví a gritarle, y él volvió a ignorarme. Llegué a su lado, lo tomé por los hombros y lo zamarreé un poco; creo que hasta alcancé a cachetearlo.
—¡Basta, Elena! —gritó alzando la mirada hacia mí—. ¿No te das cuenta? ¡Estos tipos están invadiendo nuestro jardín!
—¿Te volviste loco, Alberto? ¿Qué hacés ahí metido?
—Estos tipos, Elena —dijo—, los tipos me están agarrando los pies. [...]
Fragmento
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"Bajo tierra" integra la primera antología de Cuentos de La Abadía de Carfax.